viernes, 9 de noviembre de 2007

Asesinando tanos (Parte III)



Viernes a la mañana: me desperté con un calambre en la pierna que me hizo gritar. Crucé a lo de Clementina – hermana de Saveria, donde yo dormía- a desayunar como ya era costumbre con Rosana y Giancarlo (de quince y nueve años respectivamente). Todos muy contentos en la collazione familiar.

Hasta que sonó el teléfono y Clementina atendió.

Llantos y gritos.

Tragedia nella famiglia!!”

Yo, dura. Viene Saveria, me agarra la mano y con los ojos BIEN abiertos me dice : “Il zio Gerardo é morto. Con la macchina”. No podía creer lo que escuchaba: Gerardo había chocado cuando venía a Cancellara a buscarme.

Clementina, como si fuera una loca cocainómana, se puso a pelar papas y cebollas. Parecía como si estuvíeramos atravesando un tornado. No, mejor dicho, como si el tornado nos atravesara a nosotros.

Gente. Llamadas. Lágrimas.

El resto del día fue un infierno: un poco de culpa que me carcomía y un poco de alivio porque, de casualidad, yo no estaba con él cuando se incrustó en el camión.

Sábado a la mañana. Sucedió todo muy rápido y muy lento a la vez. Ahora parece un sueño, pero mientras veía todo mandaba millones de mails virtuales. Me quemaba por contar lo que tenía ante mí. Como que un poco me sentí bendecida por poder ser testigo de semejante acontecimiento en un pueblo remoto.

Primero fui con Camillo al hospital, desde donde salía la carroza fúnebre. El trayecto fue muy silencioso, con llantos ahogados de este señor que trataba de disimular su angustia. Y yo pensaba : “qué carajo hago acá?”. De allí a la iglesia en Potenza. Misa en italiano. Me parecía todo tan bizarro que decidí actuar: cuando pasó la señora que pide plata le di 5 centavos de euro, y cuando fue el turno de la comunión me puse en la fila -casi automáticamente- y comulgué. Había que estar en ayunas? Am I going to burn in hell? No sé, el cura se debe haber dado cuenta que yo estaba de coña porque me dio sólo media hostia. Después a saludar: una larga fila de gente que esperaba su turno para dar las condolencias. Y yo no fui menos y me acerqué a la hermana del difunto que recibía los saludos:

Yo: Mi dispiace.
Doña: Tu sei l´americana?
Yo: Si.

Acto seguido, abrazo profundo y lagrimones. De ahí a Cancellara. Todo el pueblo geronte – ellos con barba de dos días, ellas también- esperaba en la chiesa. Otra misa. Yo, absorta completamente con la media de la estatura de los allí presentes: un metro, sin exagerar. Me sentía Gulliver. Y entonces la procesión: arriba y abajo, siguiendo el cajón (yo, con mis jeans Ona Saez –esos que me hacen buen culo- y con mi buzo Levi’s, super desubicada entre los cancellareses) hasta el cimitero. Frío, lluvia y más llantos. Y recorrido por las tumbas de tutti los otros parientes.

Surrealista. Totalmente. Desde entonces me consideran más unida a la familia. No sé si será por mi complejo lechero, pero yo no creo que sea casualidad la primera muerte que sucede en veinte años en este pueblo de la Italia profunda y mi visita. Demasiada coincidencia. Como que no me la creo.

De todo esto hace ya más de cinco años. Sigo en contacto con ellos con emails esporádicos. El pasado mes de agosto mi documento italiano se venció. Y yo tendría que volver para renovarlo. Pero sinceramente, temo ritornare y matar a otro…

[fin]

3 comentarios:

Anónimo dijo...

como mola tu blog!

Anónimo dijo...

¿que es mola? bue...

que bueno q pusiste acá este relato! me acuerdo tanto de todo... ¿vos sabés q este relato hizo q papá se enamorara de tu escritura?

Agusita dijo...

molar = gustar

tipo "copar"

seria un ME COPA TU BLOG

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