lunes, 19 de noviembre de 2007

Corrosivamente Intensa


No sé si una pueda estar preparada para ese tipo de situaciones, pero que me sucediera eso en ese día no me sorprendió en lo absoluto. Por supuesto hablo del viernes pasado (que ya había comenzado un poco loco).

Sin dar más vueltas al tema, y para ahorrar intrigas innecesarias, aquí va : salí a las 5 de la tarde de l’agence y llegué a casita a las 9 de la noche. Cuatro horas de trayecto. Más que de París a Bruselas, de Madrid a Valencia, o de Buenos Aires a Mar del Plata. Cuatro horas para 15 kilómetros.

La odisea comenzó en el auto de B, tan gentil ella con su 4x4, y su elección de agarrar el periph (el anillo de autopista que bordea París). Obviamente estaba colmado de coches –al igual que la noche anterior- y avanzábamos a paso de tortuga. Pero avanzábamos. Y además la calefaccion funcionaba correctamente y la radio nos deleitaba con canciones ochentosas. Y B y yo charlábamos de cosas sin mucha importancia, tal cual lo habíamos hecho en los viajes anteriores, fruto de esta huelga de morondanga.

Hasta que el humo empezó a fluir del capot de la camioneta de B.
Yo : Eso es normal ?
B: Quoi?
Yo: El humo
B : Merde ! Non ! Putain ! Putain ! Putain ! Putain! Putain!

Pasaron unos cinco minutos de “putain”, a lo largo de los cuales seguíamos avanzando a paso de hombre y corriéndonos hacia la derecha, hasta que osé decirle que se calme. Logramos salir del infernal periph, envueltas en una insana humareda, hasta encontrar un taller de la banlieu parisina atendido por un negro desganado que por supuesto se negó a ayudarnos bajo la excusa de que estaba cerrando. Estacionamos y B llamó a un amigo por teléfono que la guió desde la distancia hasta hacer un dudoso diagnóstico del problema y dictaminar que compráramos líquido refrigerante y esperáramos una hora hasta que se enfriara el motor para meterlo en el recipiente correspondiente.

Compramos el producto en cuestión en una estación de servicio no tan lejana y nos fuimos a un café para hacer tiempo. Ella se pidió una cerveza y yo un Beaujoulais Nouveau (que no estaba nada mal). Las confesiones de B empezaron con el primer cigarrillo y un “mi marido no sabe que fumo, ni siquiera lo supo cuando me fumaba cinco por día embarazada” que largó con mirada picarona. Siguió con un briefing de cómo lo había conocido (que lo habían hecho en la primera cita aunque ella -en general- no era así), sus añorados tiempos de soltería (que se bajó a medio París en su estudio de 23 metros cuadrados), y su infancia de mierda (padres infieles, divorcio, y nuevos concubinos). Despellejó a todos y cada uno de los empleados de la agencia y me contó con cuál de ellos había tenido una noche fogosa. Luego me habló de sus complejos físicos y de la bulimia de su hermana menor. Se describió a sí misma como una auténtica celosa y después me puso al corriente de cómo los nacimientos de sus dos hijos con nombres de emperador romano le habían “chupado” su coté histérico.

Too much information, pensaba yo. No quiero, no quiero. No quiero saber tanto de vos.

Al cabo de una hora de monólogo verborrágico, volvimos al auto, metimos el líquido refrigerante y arrancamos. Me dejó en el sur de la ciudad donde capturé una Velib y pedaleé 40 minutos hasta casita, preguntándome dónde podría conseguir soda cáustica al por mayor para poder rociar a todos los huelguistas (y sus familias) y así corroerles de una puta vez toda esa holgazanería plebeya que me complica tanto la vida.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Genial! Por fin tienes una amiga en la agencia. Si la huelga dura mucho más también vos tendrás que contarle tu vida, todita toda,… Uhm!

Anónimo dijo...

muy bueno!!! se puede decir q ya tenés una amiga intima!! ¿te dejó contarle algo?

Agusita dijo...

si, best friends total! hoy a la maniana me abrazo cuando llegue y hasta me ofrecio un te!

Anónimo dijo...

jajaja excelente!!! me alegro mucho!