viernes, 16 de noviembre de 2007

En menos de 10 horas


Desde que me fui a dormir hasta mi primera media hora en la oficina, me sucedieron algunas extrañezas que creo yo –humildemente- son dignas de relatar.

A la 1.18 de la mañana mi marido me despertó porque estaba insomne y me propuso jugar al Scrabble (muy triste que no haya sugerido otra cosa más picante, no ?). Le dije que me dejara en paz y entonces agarró su i-pod y se puso a escuharlo acostado en la cama. En lo último que pensé antes de volver a dormirme fue en esos viejos que se duermen con la radio prendida abajo de la almohada.

A eso de las 8.40 de la manaña fui agredida. Me encontraba en una de estas bicicleta Velib –como la mayoría de los parisinos que trata de hacerle frente a esta huelga de mierda- y pasé un semáforo en amarillo. Que te cuento que una vieja maldita que cruzaba la calle en ese momento me pega en la espalda y me grita que “eso no se hace!”. La verdad es que la hubiera mandado al carajo sino fuera porque no me dolió tanto (gracias a mi campera Michelin) y por el ataque de risa que me provocó tan inesperado atentado hacia mi persona.

A las 9.00 de la mañana llegué a Plaisance, donde Berengère me había citado para recogerme con el auto y llevarme al laburo. Como todavía tenía que esperarla quince minutos, entré a un bar a desayunar. Me pedí un jugo de naranja en la barra, donde se encontraba un buen puñado de vagabundos tomando café. Y ahí, en el medio de ellos, yo.
Ellos olían.
Y me miraban.

A eso de las 10.10, ni bien llegada a l’agence, me fui al baño a cambiarme el Siempre Libre. Como ya saben, allí no hay cesto de basura, así que la toallita usada la tuve que hacer un bollo y esconderla en mi hermoso borcego violeta -ya que mi pantalón de hoy no tiene bolsillos- para luego tirarla en el canasto de mi escritorio. Pero en el camino de vuelta (tan solo unos 10 metros me separan de los toilettes) me topé con el jefe máximo y los miembros de mi equipo que me estaban buscando para desayunar juntos y charlar un poco sobre la situación del cliente. No me quedó otra que descender a la cocina colectiva, tomarme un té y charlar 15 minutos con un pancho usado entre mi Dr. Martens y la media.

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