Fue el jueves por la mañana, durante mi cuarta giornata in Cancellara, que esto (metamorfosearme en ciudadana del primer mundo) sucedió. Fui con Camillo y Gerardo a la comune, llevé mis fotos carnet (traídas milagrosamente desde Madrid porque en el pueblo no había ni siquiera quién te sacara fotos), y con cara de poker dicté todos los datos que me iban preguntando, totalmente incrédula ante semejante acontecimiento.
Salí feliz: a cada persona que me cruzaba le mostraba mi documento cancellarese que por fin acreditaba mi derecho a quedarme y trabajar en el continente.
Me fui toda la tarde con Gerardo a Potenza: sacamos mi biglietto para Siena para el domingo a medianoche, paseamos y tomamos una Coca Cola. Me contó que acababa de volver de Buenos Aires donde había estado 6 meses. Que había conocido a una viuda de su edad y que se había enamorado. Que volvía en diciembre, a vivir con ella en San Justo. Que hablaban todas las noches por teléfono y que ella estaba muy sola, que no tenía a nadie más. Me mostró unas fotos donde se los veía felices en Villa Gesell y en el auto me puso un cassette que ella le había grabado. Juro que me emocioné: era toda una declaración de amor.
Volvimos a Cancellara muy tarde a la noche y me preguntó si me quería ir con él al día siguiente a conocer no sé qué pueblo de los alrededores. Yo, la verdad, no tenía ni putas ganas. En realidad había esquivado su ofrecimiento durante todo el día. Afortunadamente, cuando llegamos, Donato (otro de estos que decía ser mi pariente) me propuso ir con su familia e hijos de mi edad a la playa hasta el domingo: dije que sí.
Gerardo se puso un poco tristón, bajó la cabeza y añadio un “igual paso mañana a la mañana por si cambiás de opinión”, antes de retirarse para coger el coche y descender a Potenza donde vivía.
[continuará...]
[continuará...]
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