Yo estaba apenas llegando a mis dulces veinte cuando comencé a notar en mi día a día una serie de circunstancias particularmente características de la mala suerte. Eran como los más tontos ejemplos típicos de la ley de murphy –que a mí me sucedían con perseverante frecuencia- pero potenciados a otros niveles.
Como que toda la vida soñé con el viaje de egresados a Bariloche y justo justo ese año las agencias comienzan a proponer otras opciones y los padres eligen que el grupo viaje a Chapelco. Un embole de aquellos. O que haya deseado durante 14 meses que Eduardo A., aquel muchacho de mirada penetrante, me besara en la fiesta de fin de año, y cuando por fin lo hace, en ese preciso instante en que sus labios se posan sobre los míos, estallan las piñas y el festejo se suspende.
Luego empezaron otros incidentes más graves como cuando me inscribí en una carrera de estudios, completé el primer año, y a los días me enteré que dicho programa educativo sería anulado “para siempre”. No, aquella vez no me gradué.
A medida que pasaba el tiempo, esta especie de maledicción empezó a transferirse a los que me rodeaban. Once again, algunos episodios eran tonteras, otros más serios. El solo hecho de encontrarse en mi compañía podía hacer que una persona perdiera un avión, o la vida en un accidente automovilístico.
Por aquel entonces tenía un novio que se dio perfectamente cuenta de lo que pasaba. Su chica era yeta, no solo emanaba mala suerte, sino que también la contagiaba. Cada vez que él jugaba al billar y yo estaba en la sala, perdía. Si lo acompañaba a trabajar (sacando fotos), algo se rompía. Etcetera, etcetera. Y cuando estas desgracias sucedían, él exclamaba: “qué mala leche!”. Poco a poco la gravedad de estos desafortunados hechos fue in crescendo y por lo tanto empezó a decirme que yo era mala leche. Finalmente, el minimalismo linguístico lo pudo, y cuando nos encontrabamos ya no me llamaba por mi nombre, sino que me saludaba con un “Hola, Leche”.
Niña Leche. Así decidí rebautizarme. Y con ese seudónimo comencé a escribir algunas crónicas fatídicas que repartía entre mis conocidos. Milky Girl, para sonar un poco más cool. Ya no soy tan niña, aunque no niego que me gustaría, pero una cosa es segura: su esencia es la base de este blog.
Como que toda la vida soñé con el viaje de egresados a Bariloche y justo justo ese año las agencias comienzan a proponer otras opciones y los padres eligen que el grupo viaje a Chapelco. Un embole de aquellos. O que haya deseado durante 14 meses que Eduardo A., aquel muchacho de mirada penetrante, me besara en la fiesta de fin de año, y cuando por fin lo hace, en ese preciso instante en que sus labios se posan sobre los míos, estallan las piñas y el festejo se suspende.
Luego empezaron otros incidentes más graves como cuando me inscribí en una carrera de estudios, completé el primer año, y a los días me enteré que dicho programa educativo sería anulado “para siempre”. No, aquella vez no me gradué.
A medida que pasaba el tiempo, esta especie de maledicción empezó a transferirse a los que me rodeaban. Once again, algunos episodios eran tonteras, otros más serios. El solo hecho de encontrarse en mi compañía podía hacer que una persona perdiera un avión, o la vida en un accidente automovilístico.
Por aquel entonces tenía un novio que se dio perfectamente cuenta de lo que pasaba. Su chica era yeta, no solo emanaba mala suerte, sino que también la contagiaba. Cada vez que él jugaba al billar y yo estaba en la sala, perdía. Si lo acompañaba a trabajar (sacando fotos), algo se rompía. Etcetera, etcetera. Y cuando estas desgracias sucedían, él exclamaba: “qué mala leche!”. Poco a poco la gravedad de estos desafortunados hechos fue in crescendo y por lo tanto empezó a decirme que yo era mala leche. Finalmente, el minimalismo linguístico lo pudo, y cuando nos encontrabamos ya no me llamaba por mi nombre, sino que me saludaba con un “Hola, Leche”.
Niña Leche. Así decidí rebautizarme. Y con ese seudónimo comencé a escribir algunas crónicas fatídicas que repartía entre mis conocidos. Milky Girl, para sonar un poco más cool. Ya no soy tan niña, aunque no niego que me gustaría, pero una cosa es segura: su esencia es la base de este blog.
2 comentarios:
Hay que tener mala leche para decirle a otro que es mala leche!!!
jaja genial, sería bueno q colgaras la anécdota italiana, esa si q te define perfectamente.
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