A pedido del público y debido a las toneladas de trabajo en las cuales me encuentro sumergida, aquí va otro post rescatado de mis 23 años (gracias a Madre salvadora), cuando todavía vivía en Argentina y los blogs no existían. Muchas cosas han cambiado, pero lo que indiscutiblemente se reconoce es el mismo espiritú MilkyGirl.
Despertarme con un sorpresivo timbre a las casi nueve de la mañana y descubrir la voz del afilador del otro lado del portero eléctrico no era exactamente lo que uno llamaría un buen comienzo del día. La nuca me presionaba los sesos y la sien me perforaba el pensamiento: el tinto y el tabaco, aliados una vez más, habían devenido en una tremenda jaqueca (me encanta esa palabra: ja- que - ca). Una ducha rápida, una Coca Cola muy fría y dos pain-killers (Advil, para ser más precisa) estabilizan mi organismo para enfrentar una inesperada jornada primaveral.
Esperando el subte, creí descubrir al hombre de mi vida. Coincidimos en el mismo vagón, enfrentados en nuestros asientos nos espiamos de reojo. Pienso. ¿Cómo seducir a un extraño en un medio de transporte público? Pienso. No recuerdo ningún consejo de ninguna revista femenina. Pienso. ¿Y si le pregunto la hora? Pienso. ¿Se notará en mi cara que me gusta? Pienso. Y con este último pensamiento, él desciende, sin mirarme, con su diario deportivo bajo el brazo. No! “Boluda total”, pienso.
Ya en la calle, (destino: almuerzo con mamá), mi mente acelera imaginando infinitas fantasías con el chico del metro (en el piso del vagón, sobre la boletería de la estación, en la escalera mecánica, en las vías, en el baño, en el techo del tren, andando obvio...). De pronto, una voz totalmente desconocida me saluda. Levanto la vista y reconozco a un viejo compañero del secundario.
Nos saludamos, nos contamos un poco de nuestras vidas, y sólo después de que me invita a comer, recuerdo su nombre. Adrián es, hoy en día, un profesional con todas las letras: terminó dos carreras (una universitaria y otra terciaria), tiene su propia compañía, gana suficiente dinero y se casará el próximo año con su novia de hace dos. Pero (siempre hay un “pero” en estas historias exitistas), sigue viviendo con sus “papis”.
Ventaja para mí.
Decido, entonces, que el eje de mi relato personal será mi estupendo departamento de soltera que comparto con mi amiga de siempre. Él, no puede contener una mirada envidiosa, y yo prosigo a contarle mi vida, seleccionando cuidadosamente los datos que darán perfil a una “mina copada”: laburo esporádico pero de buena paga, los más increíbles y frecuentes viajes, mejores estudios y una excelente vida amorosa y sexual que luego de sonrisas picarescas decido confesar.
Él no debe enterarse que tiene frente a sus ojos a una loser hecha y derecha.
Él no debe enterarse que tiene frente a sus ojos a una loser hecha y derecha.
1 comentario:
Tu madre mola.
Publicar un comentario