viernes, 21 de diciembre de 2007

Así de guapa



No, no, no y no. Hoy no voy a trabajar. Me proclamo enferma. Aunque los síntomas no sean ni tan fuertes ni tan claros, decido que hoy tengo gripe. Y además, como sé que trabajo el 24, me creo con todo el derecho del mundo a pegarme un faltazo de aquellos. Llamo a mi médica de cabecera y acepta –luego de súplicas insistentes que hago con voz de muerta- verme a las diez y media.

No me lavo los dientes, no me peino ni me maquillo. Recorro los cien metros que separan casita del consultorio de Madame Venatar abrigada hasta los dientes. Cuando me abre la puerta constato que ella está peor que yo, con una auténtica gripe galopante. Sin embargo, esto no le impide tratarme cariñosamente (como lo hace siempre-), tocándome en cuanta oportunidad se le presenta y llamándome “ma belle”.

Qu’est-ce qu’il vous arrive, ma belle?”

¿Que qué me pasa? Tengo un malestar general, le digo, que me siento fragile. Que estuve así toda la semana, que tuve mocos el lunes y el martes, y que ayer me compré un termómetro y verifiqué que tenía fiebre.

Combien?”

¿Cuánto? Treinta y siete y medio. Se ríe y me bardea que eso no es fiebre. Le confieso que la verdad no tengo ni puta idea de cuántos grados son fiebre, pero que me sentía caliente. Me acaricia libidinosamente la cara (a todo esto yo estoy medio en pelotas) y me dice que siempre la hago reír. Como la vez que me preguntó qué tipo de sangre tenía y le dije que era "seropositivo" en vez de "0+". Madame Venatar tardó unos largos minutos en darse cuenta que era todo un malentendido lingüístico y que frente a sus ojos no estaba sentada una paciente con SIDA.

Me dice que me vista, me pregunta si uso Velib, le digo que sí, que uso Velib y bici propia, y entonces dice que “alors, c’est clair, tenés gripe!”. Me receta ibuprofeno, paracetamol, vitaminas, hierro y antibióticos, y me cobra cuarenta euros.

Mientras le hago un cheque me pregunta por mi trabajo. Pongo cara de víctima del holocausto y le cuento que me aburro horrores, que queda en el culo del mundo y que encima la calefacción no funciona bien (que trabajo con mi abrigo puesto y a veces hasta con guantes). Me mira fijo y sin dar más vueltas al asunto le suelto un “no tengo fuerzas para ir hoy”. Sonríe picarona y me ofrece un justificativo para que pueda faltar a l’agence. Gracias. Eso es todo lo que quería.

De rien, ma belle”.

En el camino de vuelta a casa me detengo en un Tabac y me compro un billete para la lotería de Navidad. Hoy me siento con suerte...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué bonito tu botiquín! Tan ordenadito, tan poético, es como una escultura de Damien Hirst.

Agusita dijo...

lo puse pensando en vos, mon cher ami!