No puedo. Es más fuerte que yo. Me sale desde lo más profundo de mi ser.
Cuando veo a alguien mal vestido, tengo que decírselo en la cara. Aunque no lo conozca.
Mejor dicho, sobretodo si no lo conozco.
Y mi forma de comunicación es la más simple. Minimalista, se podría decir.
Por ejemplo, si veo a un joven en el metro -como ayer a la noche- con pantalones exageradamente baggy, sweater fucsia apretadito, pañuelo estampado en la cabeza y gorra yankee con la visera para el costado, me planto en frente y le digo "NO". Y acto seguido, me voy.
Gorda con musculosa amarilla ajustada y jeans a la cadera con tanga doradita al aire: NO!
Vestido strapless de algodón a rayas blancas y grises, de corte irregular, con botas de gamuza marrones taco bajo: NO!
No es que tenga delirios de pertenecer al escuadrón de la fashion police. Lo juro: es casi como un reflejo.
La mayoría de las veces -vaya a saber uno por qué-, me sale en inglés. Y como si viniera de una madre o de una directora.
Tajante. Directo. Claro. "No".
Y hubo casos en los cuales en vez de "no" dije "por qué?".
Esto lo hago muy frecuentemente en los pasillos del metro. O en la calle. Solo cuando estoy sola.
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