martes, 17 de julio de 2007

Pelusita de Oro


No me acostumbro. No lo tolero. Que el polvo decolorante no se venda en Francia, vaya y pase. Pero que el producto primermundista que lo reemplaza venga en pote diminuto y cueste casi 10 euros me saca de quicio. Me-ma-ta.
La primera vez que le comenté esta tragedia a mi madre me respondió: « No te preocupes, mi chiquitita, yo te lo llevo la próxima vez que vaya a visitarte ».
Y así lo hizo. Y en cantidad. Una decena de sobres Inecto -30 gramos y 2 pesos con noventa cada uno- para saciar las coquetas necesidades de su afelpada preciosura.
Lástima que el servicio de seguridad de Iberia se interpuso en su camino. Cuando llegó la valija, descubrimos que su superficie había sido vejada por algún elemento perforador que dejaba marcas exactas de pequeños orificios circulares como los que hace la típica «agujereadora» de oficina. Oh, casualidad! Cada « disparo » correspondía a un sobre del producto decolorante, víctimas de los dispositivos de control del aeropuerto. Mamá sollozaba por el nuevo look gruyère de su maleta Samsonite y por los prolijos boquetes que ahora lucían algunas de sus prendas. Yo, egoísta, sólo podía pensar en el derroche irracional del valioso polvillo.
No sé si los empleados de la línea aérea habrán pensado que mamita transportaba sustancias narcóticas o algún elemento químico utilizado para diseñar explosivos. Tampoco fue claro si esto sucedió en Ezeiza, Barajas u Orly. Lo que sí sé es que a partir de tan desgraciado hecho no me quedó otra que decolorarme estos bracitos que Dios me dio, tan peluditos, con el producto europeo. Y cada vez que lo hago, lloro de rabia y maldigo vivir de este lado del mundo.

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