miércoles, 16 de enero de 2008

Poderes fantásticos, actívense!



Lady Petardo llegó al colegio con 11 años, la túnica del uniforme transfigurada en minifalda y besos gratuitos para todo el mundo (incluso para los varones!). Nos separaba –además de la diferencia del largo de la falda, que en mi caso y en el de Chess era por debajo de las rodillas- su modus operandi social tan abierto, el uso prematuro de corpiños, y su actitud cancherita de llevarse el mundo por delante (muy a pesar de sus brackets).

Intentamos domarla desde el principio: primero con la indiferencia, luego enviando a Déborah Ositiansky para que la atara a una silla con el cinturón azul marino y le pegara. Pero Lady Petardo no cedió ni con los golpes. No sólo nunca pagó su derecho de piso, sino que encima se vengó haciendo una gran fiesta para su cumpleaños (que casualmente era el mismo día que el mío) y dejándonos fuera de la lista de invitados.

Si en ese momento hubiésemos sorteado el premio de enemiga eterna, seguro que Lady Petardo se lo ganaba. Pero algo inesperado sucedió (no pregunten qué fue porque ninguna de las tres lo recuerda): en menos de lo que canta un gallo y contra todos los pronósticos, Lady Petardo pasó de ser persona non grata a amiga para toda la vida.

Y al final fuimos nosotras (Chess y yo) las que nos transformamos con ella. Empezamos a acortar el dobladillo de la falda, a saludar a las chicas y a los muchachos con un beso (sin ruborizarnos), y a comprarnos corpiños Caro Cuore.

En algún momento de nuestra adolescencia nos mandamos a hacer un medallón para cada una, con nuestras tres iniciales grabadas, que colgábamos del cuello con un cordón negro para darle una onda hippie. Nos encantaba que el mundo estuviera al tanto de nuestra verdadera amistad. Aunque más de una vez nos hicieran comentarios despectivos o nos lanzaran miradas de “ilusas, van a ver dónde queda esa amistad dentro de unos años”.

Con el paso del tiempo y tanta mudanza, debo confesar que desconozco dónde se encuentra el tan añorado medallón. Lo que sí sé es que -después de casi dos décadas- la esencia de nuestra amistad sigue intacta, burlándose olímpicamente de las distancias y de la incredulidad de algunos pobres infelices.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

hermoso post...yo y mi sensibilidad hacen q lagrimee un poco con estas cosas... ya a esta altura lo sabés, ¿no?
y emociona más todavía cuando uno sabe q es tan perfectamente cierto.
te quiero, las quiero, a vos, a Chess y a Lady Petardo!
amo tu blog!!!

Agusita dijo...

me vas a hacer SHorar!

Ele P dijo...

Aporto a este maravilloso relato tal vez un recuerdo ajeno, pero que se convoca solo. En mi caso y en el Romi no hubo medallón, pero si hubo, un mediodía por Las Cañitas (cuando todavía no era lo que es y no se escribía con mayúsculas) un par de cordones de los Simpson. Representaban en ese momento algo asi como "romper la rutina", hoy a la distancia me doy cuenta que si bien no tengo más el cordón, seguimos haciendo las mismas cosas. Salud por amistad!

Anónimo dijo...

Me acuerdo de ese medallon horrible de arcilla que leia "JAL" bien grande, y de esa mirada de "yo tengo amigos vos no".

Agusita dijo...

Eh, Andy! Mas respeto hacia el medallon, please!
Me permito corregirte: la mirada era "yo tengo VERDADEROS amigos, vos no".
Igual sabemos que ese no era el caso...para cuando el medallon FAV (o VAF)?