Estoy leyendo un libro autobiográfico de la infancia de Michel del Castillo. Exiliado español en Francia con su madre republicana, primero va a parar a un campamento de refugiados y luego –ya sin su mamá y a los nueve años de edad- lo trasladan a un campo de concentración en Alemania.
En el viaje en tren, todos los niños amuchados se mean y se cagan encima. Y no pocos mueren. En manos de los nazis sufre el hambre, el frío, el trabajo forzado y -por supuesto- el maltrato. Describe lo que él llama la “caza de la muerte”: cómo van cayendo los detenidos –día tras día- de a decenas.
Por milagro logra sobrevivir y al finalizar la Segunda Guerra comienza su adolescencia en un internado religioso de Barcelona. Los curas se empeñan en descargarse con los jóvenes. En la página que acabo de terminar a uno lo desnudaron, le ataron las manos y los pies a la pared, y le dieron doscientos diez latigazos.
Y yo protesto porque en l’agence no hay trabajo...
En el viaje en tren, todos los niños amuchados se mean y se cagan encima. Y no pocos mueren. En manos de los nazis sufre el hambre, el frío, el trabajo forzado y -por supuesto- el maltrato. Describe lo que él llama la “caza de la muerte”: cómo van cayendo los detenidos –día tras día- de a decenas.
Por milagro logra sobrevivir y al finalizar la Segunda Guerra comienza su adolescencia en un internado religioso de Barcelona. Los curas se empeñan en descargarse con los jóvenes. En la página que acabo de terminar a uno lo desnudaron, le ataron las manos y los pies a la pared, y le dieron doscientos diez latigazos.
Y yo protesto porque en l’agence no hay trabajo...
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