viernes, 19 de octubre de 2007

Vendredi Noir


Le digo que no. Que no quiero ir a la segunda fila. Que prefiero quedarme atrás, escondida, al resguardo del resto del mundo. Pero no hay caso. En menos de un minuto me encuentro expuesta al frente, justo al lado del soporte para el ataúd, justo atrás de donde se van a sentar la viuda y las hijas.

J me dice que sea fuerte. Y yo me autoconvenzo. Soy fuerte. No voy a quebrar. No puede ser tan difícil…Al fin y al cabo, no es mi tío. Es más: cuántas veces lo vi en mi vida? Seguramente lo conocí el día de mi casamiento, aunque en aquel entonces no lo registré. Pero sí me acuerdo de este año, cuando fuimos a almorzar a su casa, semanas antes de que le diagnosticaran ese maldito cáncer de pulmón. Me acuerdo de lo bien que la pasé, en esa mesa familiar, y de sus bromas y su sonrisa. « Qué tipo macanudo ! », pensé en ese momento. Jean-Luc me había caído bien. Demasiado bien.

La tercera vez que lo vi fue en el hospital. Me acuerdo que era el día de las elecciones presidenciales en Francia. Y en la habitación no había nadie más que él. Ya estaba pelado y su cuerpo se había reducido a la mitad. Pero todavía tenía esa sonrisa y conservaba el buen humor.

A sus hijas también aprendí a conocerlas mejor este año. Las tres se le parecen . Cada una de ellas tiene su propio carácter. De personalidad fuerte, se podría decir. Juntas son dinamita y cada vez que las veo sé que hay carcajada asegurada.

A la que más conozco es a V, con quien pasé ocho días inolvidables en la isla de Noirmoutier, poco antes del verano, en la casa que allí tiene su padre. V es enfermera y habla con una voz que contagia serenidad. Es de esas personas que quisieras tener de amiga. Para que te escuche y te calme en tiempos difíciles, para descostillar de la risa tomando un café, o para abrazarla cuando se sienta perdida.

En la iglesia hace mucho frío. Suena una música que no sé de dónde sale, y entra un grupo de hombres cargando el cajón que colocan a mi derecha. Atrás llega la viuda de JL y sus hijas. V se sienta justo delante mío. Tiembla desconsolada y alguien le pasa un écharpe.

Y yo, justo antes de que el cura tartamudeando empiece un discurso acerca de lo bueno que está el paraíso, quiebro. No soy fuerte. Para nada. Las lágrimas y los mocos me invaden. No veo. Me cuesta respirar. Tengo ganas de desahogarme, de dejar escapar mi llanto sin reprimirme. Quiero perder la compostura y abrazar a V para que deje de temblar.

Pero ahí me quedo. Inmóvil...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

triste... pero hermoso... si alguien con verlo solo tres veces causa esto en vos es q su vida valió mucho la pena.

Agusita dijo...

snif