martes, 2 de octubre de 2007

Catafille






París tiene una doble vida que se esconde en sus entrañas. Esta breve alocución no es un derroche de lenguaje poético, sino una clara presentación de una realidad oculta. Por debajo de la Ciudad Luz hay más de 250 kilometros de catacumbas. Cuando construyeron París hace chiquicientos años, sacaron piedras de la tierra y así se fueron formando túneles que más tarde supieron ser pasadizos secretos, un tanto laberínticos, que aún hoy existen. El tamaño de estas galerías es tan grande como toda la ciudad. Imagínense !

Por supuesto, solo una pequeña parte está abierta al turismo, y el resto está cerrado. Pero -siempre hay un pero en estos cuentos misteriosos- de tanto en tanto alguien consigue una llave de alguna de las puertas de este universo subterráneo y entonces solo los afortunados se sumergen en el París paralelo. Existe incluso una especie de tribu urbana, los cataphiles, que se dedican a descender clandestinamente con cierta asiduidad.
Hace algunos años, por ejemplo, descubrieron un cine under (valga la redundancia) que funcionaba en una de las tantas salas que hay allí abajo.


Todo esto era de mi total ignorancia hasta una fría tarde de febrero, cuando J me dijo que le había llegado el rumor de que esa noche había fiesta en las catacombes. Nos juntamos con un grupete de amigos en la casa de una italiana. Todos los allí presentes, vestidos onda expedición-aventura-pero-también-un-poco-salida-sábado-por-la-noche, estaban muy intrigados por la leyenda de las catacumbas ya que –aunque muchos eran parisinos- nunca habían ido.

« Dicen que hay que llevar velas ».
« Dicen que si no vas con alguien que sabe, te perdés ».
« Dicen que la policía no se mete ».
« Dicen que ahí abajo te recibe un guía que es enano ».


La cita era a las 23.30 a la salida del metro Denfert-Rochereau, al lado de una especie de McDo franco-belga que se llama QUICK. Llamamos, antes de ir, al único número que teníamos (recibido por email por alguno de nuestros conocidos) y la que nos atendió nos dijo con cierto estrés que había mucha gente, y nos cortó.

Llegamos a la una y pico de la mañana a la esquina en cuestión, tratando de ver algún indicio de gente con hambre de hazaña. De repente, empezamos a percatarnos de que otros individuos nos miraban como buscando algo secreto y con la complicidad de que todos estábamos por hacer algo ilegal. Le preguntamos a una chica con gorro fucsia si sabía algo. Y nos explicó que “ahora salen unos y pueden entrar”, señalando al suelo. Entonces, una tapa gigante de las cloacas/alcantarillas –de esas redondas que pesan toneladas- se levanta y de adentro salen dos muchachos con cascos y linternas en la frente, y las ropas embarradas.

« Está bueno ?»
« Oui, oui, c’est bien, hay como siete fiestas, pero hace mucho calor »

Sale un tipo MUY nervioso y nos apura. “Entran o no ? No podemos estar acá”. Nos miramos y sin decir palabra alguna empezamos a bajar. Bajar, en esa circunstancia significaba : meterse por el agujero de la tapa de la alcantarilla y descender por una escalera-escalera (ladder) tipo obrero, en un baho de calor y pocas luces.

Baja el novio de Lilou, y baja Lilou, y sube Lilou y dice que no, que hace mucho calor, que está demasiado en pedo y que mejor no, y entonces la italiana dice yo tampoco, y J baja y me dice que dale Agus, vamos, y atrás voy yo, junto coraje, respiro hondo, bajo uno, dos, tres escalones, miro para abajo, casi no veo a J, miro para arriba y el tipo MUY pero MUY nervioso responde a alguien a los gritos: « Por supuesto que no hay oxígeno, o por qué te pensás que es ilegal ? Vaaaaamos que cierro la tapaaaaaaaa !! »

Abajo los pasillos eran de apenas un metro de ancho y la tierra húmeda cubría los muros y el suelo. Cuando venía la gente en dirección contraria, había que detenerse y pegar la espalda contra la pared. Casi no se veían los cuerpos de los otros, solo cuando alguien tenía una linterna. Y en un punto, los caminos se bifurcaban. Hasta que llegabas a la primera fiesta había que caminar como diez minutos.

Todo eso me contaron. Obvio. Porque quienes me conocen, saben perfectamente que nunca pude haberlo concretado. Sí, soy una cobarde. Pocos segundos antes de que el gordo MUY pero MUY nervioso terminara de colocar la tapa, subí a la superficie y salí gritando “Yo no voooooy!”, desesperada por inhalar aire fresco. Salvé mi pellejo por poco. La claustrofobia y el terror a terminar convulsionada en las entrañas urbanas fueron más fuertes que mi fidelidad de compañera: salí a la calle y dejé al pobre de J sepultado en los túneles parisinos, sin otra opción que irse de parranda under .

3 comentarios:

Anónimo dijo...

este relato me da escalofríos realmente... muy loco... muy... yo jamás podría bajar pero me da muchísima intriga...

Agusita dijo...

venite y te acompanio...hasta la puerta de la alcantarilla!

Anónimo dijo...

iría con tanto gusto!!! claro q solo a caminar x arriba de las alcantarillas mientras nos recorremos tooodooo paris!!!!